El 27 de septiembre de 1.936, a las 16:25 horas, cuatro aviones lanzaron 16 bombas sobre la pobre villa de La Sauceda. En ese momento ya llevaban 6 meses de asedio sin conseguir doblegarlos. Hay quienes dicen que solo la habitaba medio millar de personas, hasta que, con la entrada de las fuerzas sublevadas por Cádiz muchos buscaron allí refugio y amparo. Con todo y con eso, no excederían de 3000, aunque allí nunca fue fácil establecer un censo.
Poco después, el 2 de noviembre de ese año, las tropas sublevadas hicieron una “operación de limpieza” en La Sauceda de Cortés. Cuatro columnas, integradas por 6.000 hombres, con 150 carros de asalto, precedidas por las escuadrillas de aviones hicieron falta para vencer a los bravos serranos, armados con poco más de 100 escopetas, pistolas viejas y algunos cartuchos de dinamita. Empleando toda su fuerza, aún tardarían seis días en tomar la aldea.
El control del valle fue fundamental para los sublevados contra la República. De una parte garantizaban su dominio sobre la retaguardia gaditana, de otra podían surtirse de la riqueza pecuaria y forestal de la zona y mantener expedita la línea férrea entre Ronda y Algeciras. Todas estas, y quizás muchas más razones, puedan haber tras una estrategia militar que en principio parece desmedida, pero, ¿A qué tanta inquina? ¿Cuál razón puede haber para la masacre, el escarnio y hasta arrasar la aldea? Y sobre todo, ¿Cuál para resistir y plantar cara en una lucha tan desigual?
Los saucedanos portaban en sus venas la rebeldía constante contra todo lo que significaba abuso de mando, señoritismo. Allí había prendido la llama de la utopía y los que allí vivían habían creído que estaba en sus manos cambiar el devenir de su existencia y ser dueños de su destino. Se había adelantado allí la reforma agraria y ese latifundio tan andaluz peligraba con ellos. Tan humildes y tan subversivos eran.
A veces se nos llena la boca con palabras: República, bandera, himnos. Algunos, analfabetos, no sabrían identificar las 8 letras de la palabra república, pero interiorizaron un mensaje y después de haber vivido la libertad no se resignaron a ser esclavos, a ser rebaño, y volver a un redil. Otros no intervinieron y esperaron mansamente a los sublevados. Los fusilaron igualmente. Allí entre bosques fueron taladas las vidas, sueños e ilusiones de centenares de campesinos. Y no se conformaron sólo con eso, arrasaron la villa, expoliaron las pobres pertenencias de sus pobladores y destruyeron sus viviendas.
Aún así, su memoria no murió con ellos. Sigue latente, nadie puede permanecer al margen del paso de la utopía, al horror y la masacre, sin conmoverse.
Francisco Castro, Tomás Barea … todas las víctimas de la Sauceda. Os recordaremos siempre.
Concha Vázquez
Vocal de Cultura del A.R.M.I.